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Las Palabras de la Tribu

Amnios llega a su número 4

En una de esas tardes inimaginablemente hermosas, en San Carlos de la Cabaña, vi pasar frente a mí a Wole Soyinka. Su pelo y su barba blanquísimos, contrastaban con la oscuridad de su piel, mas no con la clarísima transparencia de su obra. Caminaba despacio, sonreía, saludaba, captando a cada paso el interminable ajetreo de cientos de cubanos que de modo impredecible, llenaban jabas y jabas de libros, revistas, artesanías, reproducciones de obras de arte, abarrotando salas de presentaciones, conciertos, conferencias, charlas; o simplemente extasiados ante ese mar tan poco propenso a la quietud.

Si rememoro aquella tarde, es porque el No. 4 de Amnios, inaugura sus páginas con un «Elogio de Wole Soyinka», palabras leídas por Nancy Morejón, el 22 de enero de 2001, a propósito del otorgamiento en la Universidad de La Habana, del título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Filológicas, al Premio Nobel de Literatura. En un texto brevísimo, Nancy Morejón nos devela la esencia yoruba que se explicita en toda la obra de este hombre versátil, que ha sido actor, músico, director de teatro, dramaturgo y que ha cultivado la poesía, la novela, la crítica literaria y el ensayo. Su obra, no solo es fiel a los mitos de su continente, sino que supo comprometerse con los destinos de su pueblo, por lo que en 1967, fue arrestado y mantenido como preso político durante 27 meses. Por eso enmudecemos, cuando Nancy Morejón sentencia: «Wole Soyinka, en todas las circunstancias de su vida —fuera en la oscuridad de una celda o en medio del triunfo más atronador—, ha sabido expresar el sentir de los suyos y esa es la grandeza de su profesión: haber servido a la verdad teniendo como antecedente el haberse resistido a la opresión».

Los cinco poemas de Soyinka amplifican las ideas éticas, estéticas, políticas, culturales, polisémicas que ha defendido a lo largo de su vida. En el último de ellos, descubro el más fiel de los cantos a su patria, el más fiel de los cantos a su origen: «Inventa tu dios y forja su voluntad/ El hogar de la piedad es el alma/ Vengo de la tierra de Ogun donde/ Las mujeres siembran y enseñan y curan/ Moldean y construyen y cultivan/ A horcajadas en la tierra con fuertes muslos/ Se limpian el sudor de las caras francas./¡Vengo de la tierra de Ogun donde/ Las mujeres rechazan el velo, y los hombres/ Y la tierra se alegran!

Ya sabemos que a José Martí lo han asimilado, desde la más oculta verdad de su ser, no solo innumerables contemporáneos que supieron atisbar su grandeza y su ética incorruptible; sino también un muy selecto grupo de almas que han modelado su trascendente legado: Jorge Mañach, Cintio, Fina, Roberto Fernández Retamar, el propio Lezama. A ese selecto grupo de almas, pertenece Yamil Díaz Gómez, quien desde sus Crónicas Martianas, ha persistido en otorgarle a Martí otros rostros, otros cauces, otras selvas. En su texto: «Martí hablaba en parábolas, como Cristo, Diez preguntas sobre José Martí, el poeta», Yamil construye una «entrevista» posible, «una trampa inocente en el eterno diálogo entre la Patria y el mayor de sus poetas», la llama él, pues algunos de sus entrevistados resultan ser Ernesto Mercado, Fermín Valdés Domínguez, Justo de Lara, Domingo Estrada, Manuel de la Cruz, José María Vargas Vila, Diego Vicente Tejera, Amado Nervo, Enrique Loynaz del Castillo, Rubén Darío, Agustín Acosta, Max Enríquez Ureña y Roberto Fernández Retamar. Yamil tensa una cuerda que va desde los contemporáneos de Martí, hasta nuestra propia contemporaneidad, al reutilizar textos hábilmente tomados de fuentes anteriores, con tal sutileza, con tal maestría, con tal osadía que nos parece que siempre estuvieron allí, que son, fueron, serán, las respuestas impostergables que pudo captar Yamil Díaz, en su peregrinaje por sitios donde Martí ha dejado una huella inmarcesible. Las preguntas de cómo escribía, qué leía, cómo era su despacho, qué sucedió en su encuentro con Rubén Darío y otras hasta completar el número de diez, focalizan a un Martí intimísimo, dueño de sobrenombres como «el doctor torrente», o «el suspirón». Pero si algo nos conmueve es la unánime certeza de la eficacia de sus discursos: hombre inspirado, incesante, capaz de convertirlo todo en grandeza.

Sus poemas esenciales «Dos patrias» y «Amor de ciudad grande», así como sus «Notas sobre poesía», integran un brevísimo dosier que rinden culto y reverencia a este hombre que supo decir alguna vez: «Los poetas no debemos estar entre los devoradores sino entre los devorados.

Quizás no resulte del todo casual que estemos hoy conversando sobre José Martí, el mismo día que conoció dos grandes horrores: los grilletes y la piedra reverberante.

No puedo sustraerme a dar un salto hasta la página 142 de este número para acercarme a un ensayo de Carlos Fajardo Fajardo, poeta y ensayista colombiano, pues «La virtualización social del poeta (La poesía en tiempos de exclusión)», opera en nuestras conciencias un verdadero alud de ideas. Tal y como me sucedió con el ensayo de Donald Hall del primer número de Amnios, que me mantuvo insomne más de una semana, palpamos la certeza de que estamos ante un texto exclusivamente veraz, dinámico, que sustenta ideas que nos competen a todos, que nos afectan a todos, que nos definen a todos. Al partir de cuatro preguntas esenciales: ¿Qué pasa con las representaciones de la poesía y con los poetas en la sociedad estetizada y global? ¿Cuáles son las actuales formas de receptividad de la poesía? ¿Le pasa a la poesía lo que aconteció con la música clásica, es decir, estamos ente el fin de sus rituales como práctica cotidiana? ¿Está siendo desterritorializada la poesía por la sociedad mediática?, va proponiendo un destino posible para el poeta de estos tiempos. «Algo se ha roto aquí», sentencia su autor con un dejo de impotencia. Luego agrega que hemos perdido la idea del tiempo histórico, que vivimos inmersos en el inmediatismo y la instantaneidad. Nos dice que el poeta, por su actitud de no conciliar con las fascinantes golosinas del éxito y la fama, es el antípoda de los mercaderes y propietarios de los gustos artísticos. En cada uno de los subcapítulos que conforman este ensayo, Fajardo desarrolla algunos tópicos y obsesiones muy puntuales. En «Nuevas preguntas, otras fronteras» nos revela la relación de distanciamiento entre poeta-poesía-sociedad globalizada y virtual. En «La poesía como caballo de Troya», lo es el protagonismo que debe jugar la poesía y el poeta en nuestra sociedad. Aquí revela: «Sabemos que esta fórmula de silenciar voces audaces y críticas no es nada nueva. La poesía ha vivido en los extramuros; se ha mantenido con su cuerpo en llamas bajo la intemperie». En «¿Poetas en tiempos terribles?» Fajardo explora la sensación de inutilidad de la actividad poética, el pesimismo que a ratos asalta, enquista, oprime al poeta, para luego sentenciar: «El poder siembra la sensación de la derrota y del fracaso del arte; se encarga de crear un ambiente donde no se le da ninguna importancia a la crítica vital del poeta».

Lo cierto es que cuando nuestra mirada se proyecta sobre el final de este texto, nos queda la sensación, la necesidad de revelarnos, de convertir tanta ironía mediatizada y falaz en pensamiento eficaz, sobre todo en estos tiempos, donde todo atisbo de pensamiento parece ser silenciado de antemano, no por el Poder, sino por aquellos receptores para los cuales PENSAR, en mayúsculas, les causa un dolor intensísimo, unas náuseas escalofriantes, unos temblores implacables.

La extrema singularidad de dos poetas chilenos es entrevista por Ernesto Sierra y Jorge Boccanera. Ernesto se acerca a la figura del poeta mapuche Elicura Chihuailaf a través de dos de sus libros: Recado confidencial a los chilenos y De sueños azules y contraseñas, publicados en Santiago de Chile en la década de los 90. Es un poeta que revela el mundo originario de la tierra chilena. Ernesto nos advierte que el valor fundamental de su discurso radica en defender sus ideas asumiendo la tradición y la contemporaneidad. Y concluye: Es hoy uno de los mejores poetas de América y quizás, como nadie, sea él quien haya lanzado el mensaje más completo para hacer de Chile un solo pueblo, reconocido y aceptado en su diversidad.

Textos como este, acercamientos a poetas tan desconocidos y distantes de nosotros, pero inmersos en conflictos similares, en luchas similares, evidencia el anhelo de Amnios por recrear un canon mucho más plural, por crear un manto de confidencia, por legitimar esas voces silenciadas entre nosotros, por aportar una nueva poética, una nueva escuela, un nuevo altar.

Jorge Boccanera, sin embargo, en «Pablo de Rokha. Juntos contra todo» se acerca al amor magnificado entre Pablo de Rokha y Winétt de Rokha. Perteneciente a un libro publicado por la editorial Arte y Literatura en 2002: La pasión de los poetas. La historia detrás de los poemas de amor, estas páginas nos conmueven al adentrarnos en la vida atormentada y apasionada de estos dos seres, que compartían el amor por la poesía y la pasión política. Es evidente, tras leer cada párrafo, que semejantes avatares y conflictos generarían la más contundente de las novelas, pues todo resulta novelable en esta historia. Muerte y desolación son los últimos aliados de Pablo de Rokha, por eso no dudó, un día de septiembre de 1968, detener el alud de la pena con el balazo de una Smith & Wesson calibre 44.

Recordemos que también José María Arguedas, Hemingway y Raúl Hernández Novás, escogieron la bala para eternizar sus días entre nosotros.

Otro escritor latinoamericano, esta vez panameño, nos devela Carlos Bernal. El cristal entre la luz de Manuel Orestes Nieto. Su énfasis filosófico, lo lírico y lo civil, individuo y mundo, creación y realidad, goce y compromiso, resultan obsesiones que van conformando su poética. Debemos advertir que El cristal entre la luz, Premio Honorífico Casa de las Américas José Lezama Lima, compila la totalidad de los libros publicados por este poeta, así se torna summa, ciclo que se cierra, ventana que se abre a nuevos horizontes. Y añade Bernal: «Por ello la dramática historia del pueblo por recuperar el Canal de Panamá; la invasión gringa, los temas históricos desde que Rodrigo de Bastidas pisara sus costas, son aquí motivos poéticos...»

En la conversación que sostiene Virgilio López Lemus con el poeta Justo Jorge Padrón, canario de origen, pero multinacional en su proyección, hombre que ha recibido honores inimaginables, que nos podrían hacer enmudecer, se evidencia la incesante vitalidad de este hombre que se encuentra inmerso en una epopeya en varios tomos sobre el nacimiento cultural y desarrollo histórico de la isla canarias. Justo Jorge Padrón discurre en torno a la pasión por la poesía, definiéndola como «mi destino irremplazable», al ser cuestionado que por qué escribe, confiesa que «aunque viviese en una isla desierta donde no pudiera mostrar mi trabajo a nadie, seguiría escribiendo con el mayor rigor, esfuerzo y entusiasmo». Discurre, además, sobre la presumible trascendencia de sus innumerables reconocimientos, aquellas lecturas poéticas que han conformado su ser como poeta, para desembocar en su conocimiento amor y nostalgia por Cuba. Mencionando a Guillén, a Florit, a Baquero, a Diego, a Cintio, a Jesús Orta Ruiz, a Fina a Carilda y a muchos otros. Las revelaciones de Justo Jorge Padrón contienen esa épica que siempre significa la escritura, quizás por ello, sentencia: «El simple hecho de escribir es mi premio y mi destino». Tres poemas inéditos intensifican la presencia del poeta entre nosotros donde descubrimos una ambivalente relación entre utopía y resignación, cuando nos dice: Solo los sueños quedan en la insignificancia de nuestro propio ser frente al abismo insomne del enigma de Dios».

Jorge Ángel Hernández Pérez instaura en «Memoria posible de la décima, en la poética de Ricardo Riverón», una mirada detallista, celosa, reveladora, cuando nos entrega sus juicios en torno a un libro de este autor: Memoria de lo posible, publicado en el 2004, que contiene 126 décimas publicadas por él en sus libros anteriores. Jorge Ángel enhebra un discurso donde no le son ajenos los distintos grados de intertextualidad y otras ganancias, como tampoco dialoga de manera pasiva, sino que ostenta la capacidad de advertir al lector aquellos momentos donde el valor literario y estético decae, fluctúa, tiembla. Es un texto que nos imanta por su extremo rigor, por no resultar acomodaticio, avasalladoramente exaltado. La mesura y el distanciamiento, el velado cinismo y su congruente evolución nos revelan muchas verdades de este libro, de este autor, que ha sabido fundar tantos sueños y tantas aventuras junto a nosotros.

Pablo, Lina, Carlos, Sigfredo, Manuel, Luis, Ramón. Algunos de estos nombres me remiten al intensísimo poema de Damaris Calderón «Mi Dios qué bellos éramos» Y me alegra verlos confluir, al margen de todo recelo, al margen de todo laberinto. Solo la poesía los ampara, los alimenta, los nutre. Pablo Armando diciendo «el Antes resucita», Lina de Feria nos confiesa: «Soy feliz. Soy acuosa. El recuerdo es un monte donde poder morirse». Carlos Augusto Alfonso que grita: «Impuro se renace». Sigfredo Ariel nos traduce su recelo: «aunque aparezcan caminos y circunvalaciones para escapar, no escapas, a dónde vas a ir».

Manuel García Verdecia, repitiendo una y otra vez, hasta ensordecernos: «Yo te amaría Clara». Y Luis Lorente, jactándose: «Mira qué bien estamos y qué bonitos somos todavía». Y Ramón Fernández Larrea, entre Ochosi, algunos relámpagos de agosto, álbumes familiares y orificios de bala. Todas las generaciones y ninguna. Intensa muestra de aquello que hemos fundado y aun fundamos. Continuidad. Dinamismo. Voces encontradas. Estilos que parecen agredirse, pero no.

Y luego un nuevo grupo de poetas. Janet McAdams, escritora de ascendencia creek y escocesa, quien mitologiza al búfalo y narra la crudeza de los viajes polares. Han Yan, poeta china, con sus reminiscencias a Marina Tsvetáyeva, a Mandelstam. Jean Joseph Rabearivelo, uno de los más grandes autores de la literatura africana de expresión francesa, considerado el padre de la literatura malgache contemporánea. Y Robert Frost, traducido por el poeta Edelmis Anoceto, quien ha demostrado una muy particular cercanía con su poética y sus universos.

Galería aleatoria, agradecible, que nos propone un nuevo mapa, una nueva frontera, que nos hace apetecer otros libros, todos los libros publicados por estos autores. Tanto es nuestro desconocimiento que estos breves pero eficaces panoramas de poetas de las más extrañas latitudes, corroboran la vastedad de una poesía que a cada tanto, reformula nuestros conceptos y nuestras alianzas.

No solo aparecen varios poemas de Sigfredo Ariel. Sigfredo se torna artista iluminado e ilustra este número, pleno de ambientes oníricos, surreales, donde convergen constelaciones de símbolos, alusiones. Curiosamente, muchos de los personajes que dibuja Sigfredo, son seres alados. Ya sabemos que nada propende más al mito de la libertad que un par de alas. Creo que ese es el último y principal sustento de este número: La poesía es libertad. Fe de ello, la encontramos, abundantemente, en cada palabra que fue depositada aquí: con cuidado, con veneración, como si ellas encubaran los rasgos más fieles de ese futuro que muy pocos logramos traducir.

 

Geovannys Manso

Santa Clara, octubre 21 de 2011

 

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