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Las Palabras de la Tribu

Breve discurso de aceptación del XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2015

Breve discurso de aceptación del XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2015

Buenas noches.

Es evidente que la vida se nos va entre grandes sacudimientos del alma; entre enormísimas llamas que luego los días sucesivos tornan en leves brasas. Así vamos por la vida: uniendo puntos cardinales, imborrables, tremendos; fuegos y sacudimientos que justifican nuestras horas cuando alcancemos el momento del gran combate con la muerte. Tengo la dicha de que mis últimos sacudimientos, mis últimos fuegos, han estado signados por la Poesía: extraña materia forjada por el hombre para resarcirnos de todas las ausencias, de toda intemperie, de todos los azoros.

Dos de esas llamas últimas fueron propiciadas por el nacimiento de mis hijos. Ellos llegaron a incrementar el misterio, la pasión; llegaron a engrandecer el teorema de mi existencia. Con la misma fuerza abrasadora del nacimiento, tocó a mi puerta, en la ciudad de Santa Clara, Juan Ramón Jiménez este 30 de abril. Me decía que viniese a Moguer para recibir el XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, y yo no supe qué responder…

A todo gran sacudimiento, le continúa un gran silencio, una lenta meditación. Releí entonces los poemas contenidos en Los leves sobresaltos y descubrí que ellos resumían mis últimos 15 o 20 años de vida, y no solo de mi vida, sino también de mi isla. Allí estaban la soledad y el desamparo, la alegría y el fervor, la memoria y la tormenta, el frío y el sudor de dos décadas que me han visto ir y venir de un libro a otro, de una página a otra, de un verso a una estrofa, de un endecasílabo a una décima, de un ex libris, a un prólogo, de una tensión a una libertad.

Releí también la inabarcable obra de Juan Ramón, reconfigurando su paso por Cuba, sus fecundas horas entre nosotros y sentí que un extraño camino zigzagueante iba de aquel noviembre a este abril; que lo que Juan Ramón fundó en 1936, lo fundó para siempre, pues no fundó un suspiro; inauguró un hondísimo aliento que aún hoy nos vivifica. Vengo de una isla donde la Poesía se ha fundido a nuestro Ser: desde los himnos desterrados de José María Heredia a la sencillez aparente de los versos de José Martí; de las metáforas e imágenes neobarrocas de José Lezama Lima a los cantos y sones de Nicolás Guillén; de la pulcritud y visión hispánicas de Dulce María Loynaz a la iconoclasia y belleza de Virgilio Piñera, del terso desasosiego de Gastón Baquero a la irrefrenable quietud de aquel que presiente un destino en Eliseo Diego; tantos poetas que han sabido edificar un país, una tradición, una ética, un ágora de conciliación, de utopías latentes, de certidumbres dichosas y augurantes.

Yo, que prefiero la soledad de mis conventos, la quietud de mi biblioteca, el polvo caribeño que se acumula sobre mis libros, he venido desde Cuba para festejar los XXV años de un Premio Hispano y Americano; un Premio que nos acerca y nos traslada a los ámbitos y nostalgias de Juan Ramón Jiménez. Para quien ha vivido 41 años en una isla tan lejana, llegar a tierras españolas, llegar a las tierras donde El Quijote libró sus épicas batallas junto a Sancho, a las tierras donde Ortega y Gasset y María Zambrano fundaron sus cosmogonías, a las tierras donde Bernarda Alba da su grito más furibundo, a las tierras donde Platero rozó con su pelambre la más tranquila de las calles de Moguer, es un júbilo, una revelación, una confirmación para mis raíces.

Agradezco profundamente a la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer, a la Excelentísima Diputación Provincial de Huelva, al Ayuntamiento de Moguer, a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y a la Universidad de Huelva, por sostener durante tanto tiempo este Premio ejemplar y muy especialmente a las personas que, desde la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, debieron gestionar —entre múltiples sobresaltos— mi presencia entre ustedes.

No sé, sin embargo, cómo retribuir a los miembros del Jurado de esta XXXV edición del Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, su unánime certeza, su unánime voto hacia un libro tan descarnado. Quizás un poema baste. Quizás la poesía sea, el único modo, el único modo real y palpable de volver a percibir al mundo como un universo plano, sostenido por enormes animales. Qué metafórico, qué poético, cuánta imaginación y desvarío en el mundo de entonces. Es eso en definitiva la Poesía: un enorme abismo circular donde el agua cae perennemente. En esas aguas; en ese fluir incesante, van nuestras pupilas: abiertas e insomnes…

Geovannys Manso

Santa Clara, (madrugada lluviosa) octubre 17 de 2015

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