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Las Palabras de la Tribu

Breves notas en torno a la crítica y los críticos (literarios) en Cuba

Breves notas en torno a la crítica y los críticos (literarios) en Cuba

 

Geovannys Manso

 

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El 30 de diciembre de 1936, Dulce María Loynaz le escribía a Emilio Ballagas —tras leer «Elegía sin nombre»—:

«Me gusta quizás el espíritu misterioso del poema, el que anima en él las olas y pasa vagamente como un pez por debajo de él mismo. Eso me gusta». (1)

«Elegía sin nombre», octavo poema de Sabor eterno, no se publicaría (al menos como parte de un libro) hasta 1939.

Lo sutil de la referencia estriba en el hecho de que la elegía de Ballagas acababa de escribirse, era aun —tal vez— un último poema, el hijo más inmediato del libro en ejecución, y Dulce María Loynaz se adentraba en un ejercicio crítico que destacaba sus aciertos, pero que también recriminaba su «deliberada intención de ser obscuro, que entraña —como decía un sutil crítico francés hablando del simbolismo—, una de las más singulares formas de insociabilidad humana».(2)

Ese ánimo por sistematizar la opinión en torno a los procesos poéticos, inmediatos o no, resulta quizás la vía más plausible para determinar el verdadero peso de nuestra tradición.

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Ahora mismo, de algún extraño modo, esos procesos se han difuminado —al menos en lo que a POESÍA se refiere— otorgándonos un vacío cuasi crepuscular, tan obscuro como esa deliberada intención que Dulce María Loynaz le increpaba a Ballagas.

Hoy, nos corroe la azarosa visión de críticos y ensayistas aislados que, o se encargan de estudiar a figuras y poéticas de probada asimilación entre nosotros, o prefieren admitir —sin reticencias— la escasa legitimidad del discurso que detentan los poetas más jóvenes de la isla.

Mientras las artes plásticas, el teatro, la danza, el cine y la narrativa cubanos van permeándose de un inteligente acercamiento casi constante que no evade lo más reciente de su producción, la ensayística y aún la crítica en torno a ciertas zonas de nuestra poesía parece evadir todo análisis que legitime el «peso» o la «ingravidez» de libros y autores que ahora mismo escapan a cualquier «generación» o «grupo» definido.

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Para adscribirnos solo al plano literario, se puede advertir en libros de reciente aparición en editoriales cubanas el intento por mostrar y estudiar poéticas, líneas temáticas, zonas de novedosa reapropiación o ruptura con valores preestablecidos de nuestra tradición narrativa. Tales son los casos      —por solo mencionar algunos— de Brevísimas demencias, de Amir Valle; Síntomas ensayos críticos; Presunciones y La mirada crítica, de Alberto Garrandés y Los nuevos paradigmas, de Jorge Fornet. Todos ellos y algunos otros que obvio para no hacer demasiado extensa la lista, estudian, sistematizan, decodifican y trazan —con menor o mayor intensidad—, verdaderas cartografías que insertan la producción cuentística y novelística de autores nacidos con posterioridad a los años 60 y 70, en el vórtice de una discusión que no cesa, que parece completarse y profundizarse con esas voces emergentes, que para Amir Valle, para Garrandés y para Jorge Fornet remueven todo vestigio de inmovilismo en nuestras letras.

 

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¿Qué sucede entonces con los poetas cubanos? ¿Existe una generación, una promoción de narradores de los 90, pero no una de poetas? ¿Existe una ruptura, una renovación, un corpus atendible, estudiable, decodificable entre los narradores cubanos, pero no entre los poetas?

¿Es que acaso la poesía cubana en los últimos quince años no ha dado suficientes muestras de profundidad proclives al estudio certero, al análisis puntual, al (o a los) ensayo(s) que testifique(n) su acendrada pertenencia y/o contribución a los destinos poéticos de la isla?

Algunos críticos han aducido que tras la entrada en Cuba de la tecnología Riso, la multiplicidad de editoriales, concursos y encuentros, se ha desdibujado o contaminado toda posibilidad de exégesis objetiva, que en medio de tanta poesía difusa, encontrar la raíz, el magma de su esencia, es casi tarea para héroes.

Si aún en la década de los 90, los poetas de la generación de los 80 —por obra y (des)gracia de la casi imposibilidad para publicar sus libros— no mostraban una obra que posibilitara un acercamiento a sus incipientes poéticas, otro es el panorama que hoy se vislumbra cuando buena parte de los poetas que le han sucedido han ido edificando, sin mayores retrasos, o tal vez con demasiada prontitud, una visión que se concentra y contrae en torno a problemáticas y vicisitudes muy al centro (o al margen) de nuestra cotidianidad.

Lo cierto es que ni siquiera la llamada generación de los 80 ha sido revisitada con objetividad plausible, aunque es innegable que existe un consenso general que delimitó —a tiempo— sus ánimos de ruptura y apropiación de tópicos no presentes en la generación que les antecedió.

 

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Lo que sí ha faltado, y sigue faltando, es ese límite preciso que defina y concerte la preeminencia de poéticas que aún, en medio de un corro grupal, se distancien entre sí, y redunden en paralelismos o confluencias que siempre han estado presentes en nuestra poesía.

¿Cuándo nos adentraremos en los rasgos y laberintos que conforman el universo poético de Damaris Calderón, Teresa Melo, Nelson Simón, Sigfredo Ariel, Arístides Vega Chapú, Antonio José Ponte, Reinaldo García Blanco, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Ricardo Alberto Pérez, Alberto Sicilia, Rigoberto Rodríguez Entenza, Pedro Llanes, Alejandro González, Frank Abel Dopico, Edel Morales, Emilio García Montiel y otros que han ido conformando, libro tras libro, un clarísimo vestigio de singularidad, de asedio e (i)rreverencia a todo aquello que les ha antecedido?

¿Y si esto ha sucedido con autores de inevitable referencia en el panorama literario actual de la isla, cuánto entonces nos han motivado (ya sea desde una perspectiva aglutinadora o de renuencia, de asimilación o abyecta negación) libros como El peso de la isla, Diario del ángel, El vino del error, Duro de roer, Últimas revelaciones en las postales del viajero, Los peces & la vida tropical, País de hojaldre, Cuasi, La sucesión, El camión verde, El correo de la noche, Todas las jaurías del rey; cuánto de ellos ha sido digerido o desechado por poetas aún más jóvenes como Israel Domínguez, Luis Felipe Rojas, Luis Yuseff, Leymen Pérez, Edelmis Anoceto, Eduard Encina, Maylén Domínguez, Ian Rodríguez, Teresita Fornaris, José Ramón Sánchez, Francis Sánchez, René Coyra, Lisy García, Arlén Regueiro, Marilyn Roque, Isván Álvarez, Leonardo Sarría; un grupo donde podemos advertir una nueva intuición cognitiva de la realidad que los circunda?

 

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Resulta sintomático que la mayor parte de las antologías aparecidas en Cuba en los últimos años evadan en sus prólogos o presentaciones casi todo análisis puntual, objetivo y de referencia connotativa y denotativa de los antologados. Prefieren, en suma, mostrar, y que cada quien, a su modo, a su cuenta y riesgo, redunde en análisis o aporías (im)precisos.

En Cuerpo sobre cuerpo, sus antologadores nos aclaran: «Acaso alguien reclame aquí un pormenorizado análisis de los textos presentados. No es la intención que anima estas páginas. No lo creemos necesario».(3)

Igual sucedió años atrás con la aparición de Retrato de grupo, donde Víctor Fowler y Antonio José Ponte nos advertían: «Este Retrato de grupo pudo haber incluido una valoración exhaustiva, hasta donde es esto posible en poetas que no sobrepasan la edad de treinta años, acerca de tendencias, motivaciones y jerarquías. El pudor nos lo ha impedido... (...) Es esta una realidad que el tiempo y nuestra severidad hará variar».(4)

Algo similar ocurrió luego con casi todas —por no decir todas— las antologías que les han sucedido, salvo algunas excepciones como De transparencia en transparencia, de 1993.

 

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Tal vez sea cierto, a fin de cuentas, que una antología, una recopilación, un muestrario, no es el sitio adecuado para definir fronteras, para poner los puntos sobre las íes en nuestra poesía.

El problema, creo, está más al fondo, más al centro de una impasibilidad que nos rebasa en hechos, en silencios mezquinos, en tardías y poco elocuentes enfrentamientos a un corpus poético que a nuestro juicio, sugiere y anticipa una verdadera vuelta de tuerca en nuestro difuminado pero sustancioso acontecer.

Tal vez posponer resulte a la postre el sino de nuestra generación.

Tal vez el no enfatizar, el dejar pasar de largo, el no elucidar, la arritmia, la desidia abúlica, termine por imponer sus redes sobre nosotros.

Tal vez, como bien nos aclara Ihab Hassan «todas las evasiones de nuestro conocimiento y nuestras acciones medran en la ausencia de creencias consensuales, una ausencia que también les imparte energía a nuestras disposiciones de ánimo, a nuestras voluntades».(5)

Tal vez, como la cutara de la emblemática canción infantil, nuestra poesía más actual deba permanecer perdida, oculta, y erigir, desde la sombra, los vastos confines de su luz más plena.

 

Notas:

 

1-Dulce María Loynaz: Cartas a Chacón. Cartas a Ballagas, Instituto de Literatura y Lingüística y Ediciones Extramuros, 1996, p. 34.

2- Ob. Cit., p. 33.

3- Cuerpo sobre cuerpo, Editorial Cubaliteraria, 2001, p. 6. Antología que reunió a 29 poetas cubanos nacidos con posterioridad a 1970.

4- Retrato de grupo, Editorial Letras Cubanas, 1989, p.6.

5- Ihab Hassan: «El pluralismo en una perspectiva postmoderna», en El postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios, Colección Criterios, La Habana, 2007, p. 42.

 

 

 

 

 

 

 

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