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Las Palabras de la Tribu

El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatin

El libro uruguayo de los muertos de Mario Bellatin

Breve discurso de aceptación del XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2015

Breve discurso de aceptación del XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2015

Buenas noches.

Es evidente que la vida se nos va entre grandes sacudimientos del alma; entre enormísimas llamas que luego los días sucesivos tornan en leves brasas. Así vamos por la vida: uniendo puntos cardinales, imborrables, tremendos; fuegos y sacudimientos que justifican nuestras horas cuando alcancemos el momento del gran combate con la muerte. Tengo la dicha de que mis últimos sacudimientos, mis últimos fuegos, han estado signados por la Poesía: extraña materia forjada por el hombre para resarcirnos de todas las ausencias, de toda intemperie, de todos los azoros.

Dos de esas llamas últimas fueron propiciadas por el nacimiento de mis hijos. Ellos llegaron a incrementar el misterio, la pasión; llegaron a engrandecer el teorema de mi existencia. Con la misma fuerza abrasadora del nacimiento, tocó a mi puerta, en la ciudad de Santa Clara, Juan Ramón Jiménez este 30 de abril. Me decía que viniese a Moguer para recibir el XXXV Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, y yo no supe qué responder…

A todo gran sacudimiento, le continúa un gran silencio, una lenta meditación. Releí entonces los poemas contenidos en Los leves sobresaltos y descubrí que ellos resumían mis últimos 15 o 20 años de vida, y no solo de mi vida, sino también de mi isla. Allí estaban la soledad y el desamparo, la alegría y el fervor, la memoria y la tormenta, el frío y el sudor de dos décadas que me han visto ir y venir de un libro a otro, de una página a otra, de un verso a una estrofa, de un endecasílabo a una décima, de un ex libris, a un prólogo, de una tensión a una libertad.

Releí también la inabarcable obra de Juan Ramón, reconfigurando su paso por Cuba, sus fecundas horas entre nosotros y sentí que un extraño camino zigzagueante iba de aquel noviembre a este abril; que lo que Juan Ramón fundó en 1936, lo fundó para siempre, pues no fundó un suspiro; inauguró un hondísimo aliento que aún hoy nos vivifica. Vengo de una isla donde la Poesía se ha fundido a nuestro Ser: desde los himnos desterrados de José María Heredia a la sencillez aparente de los versos de José Martí; de las metáforas e imágenes neobarrocas de José Lezama Lima a los cantos y sones de Nicolás Guillén; de la pulcritud y visión hispánicas de Dulce María Loynaz a la iconoclasia y belleza de Virgilio Piñera, del terso desasosiego de Gastón Baquero a la irrefrenable quietud de aquel que presiente un destino en Eliseo Diego; tantos poetas que han sabido edificar un país, una tradición, una ética, un ágora de conciliación, de utopías latentes, de certidumbres dichosas y augurantes.

Yo, que prefiero la soledad de mis conventos, la quietud de mi biblioteca, el polvo caribeño que se acumula sobre mis libros, he venido desde Cuba para festejar los XXV años de un Premio Hispano y Americano; un Premio que nos acerca y nos traslada a los ámbitos y nostalgias de Juan Ramón Jiménez. Para quien ha vivido 41 años en una isla tan lejana, llegar a tierras españolas, llegar a las tierras donde El Quijote libró sus épicas batallas junto a Sancho, a las tierras donde Ortega y Gasset y María Zambrano fundaron sus cosmogonías, a las tierras donde Bernarda Alba da su grito más furibundo, a las tierras donde Platero rozó con su pelambre la más tranquila de las calles de Moguer, es un júbilo, una revelación, una confirmación para mis raíces.

Agradezco profundamente a la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer, a la Excelentísima Diputación Provincial de Huelva, al Ayuntamiento de Moguer, a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y a la Universidad de Huelva, por sostener durante tanto tiempo este Premio ejemplar y muy especialmente a las personas que, desde la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, debieron gestionar —entre múltiples sobresaltos— mi presencia entre ustedes.

No sé, sin embargo, cómo retribuir a los miembros del Jurado de esta XXXV edición del Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, su unánime certeza, su unánime voto hacia un libro tan descarnado. Quizás un poema baste. Quizás la poesía sea, el único modo, el único modo real y palpable de volver a percibir al mundo como un universo plano, sostenido por enormes animales. Qué metafórico, qué poético, cuánta imaginación y desvarío en el mundo de entonces. Es eso en definitiva la Poesía: un enorme abismo circular donde el agua cae perennemente. En esas aguas; en ese fluir incesante, van nuestras pupilas: abiertas e insomnes…

Geovannys Manso

Santa Clara, (madrugada lluviosa) octubre 17 de 2015

Lorenzo Lunar: entre el esplendor, la ruina y las traiciones de la Historia

En su ensayo «Variaciones sobre la posmodernidad, o ¿qué es eso del posboom latinoamericano?», Mempo Giardinelli destaca: «ya no escribimos ni para halagar ni para agradar ni para ser queridos. Hoy escribimos para indagar, para experimentar, para conocer, para descubrir. Pero también y sobre todo, para recordar, y acaso, así, sobrevivir».1

Al citar estas palabras, advierto la capacidad de Lorenzo Lunar para crear un texto como La casa de tu vida, una novela indagatoria, en tanto se basa en la posposición indefinida y lacerante de una UTOPÍA que entrampa y diluye a sus personajes, más allá de todo tiempo permisible.

Con anterioridad, Lorenzo Lunar ha recreado espacios signados por la colectivización, donde «el barrio» ha suplantado cualquier atisbo de singularidad, salvo aquella que dicte la inevitable y casi dictatorial dinámica de ese grupo a ratos alienado, a ratos diseñado para sobrevivir al margen de toda causalidad ética. Sus personajes han sido —como en el caso de su hilarante El asere ilustrado—, entes desproporcionados, casi oníricos; sin dejar de ser —muy peculiarmente— hombres y mujeres que se construyen un presente ni tan esquivo, ni tan distante al nuestro.

Sin embargo, La casa de tu vida es, a no dudarlo, un documento sociológico, atento, controvertido, razonante, donde la familia, la Historia, la casa como sistema alegórico, como energía vitalizante que trasvasa sus propias paredes cada vez más roídas por el tiempo y la incertidumbre, definen un texto emotivo y reticente a toda circunstancia que lo minimice.

La construcción del texto y su eficacia más inmediata, se sustentan en la ubicación, no siempre causal, de categorías, sensaciones y estados de conciencia que se contraponen, se distienden, hasta fundar un sólido esquema cuyo tránsito se fundamenta entre círculos concéntricos, creando una realidad a ratos distorsionada, zaherida siempre por el posible quebrantamiento de la fe. El recorrido de la novela significa un traspaso del «esplendor» pasado a la «ruina» presente. Recordemos que un recorrido idéntico, define a los personajes de Los sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea. Pero, en Los sobrevivientes, el tránsito es causal a la ajenización de sus personajes a la Historia, a su empecinamiento por aislarse, a su dictamen de crear una Historia paralela, anteponiendo la quietud a una dialéctica dilucidada por los maestros del marxismo. Es decir, el tránsito del esplendor a la ruina, en Los sobrevivientes, es consustancial a la negación de la Historia, por lo que asimilamos el periplo —por demás contado en tono farsesco— con cierta resignación, con cierto asentimiento que aplaude el destino, de veras inevitable, de los Orozco. Inversamente, José Lezama Lima edifica Paradiso desde la ruina inicial que significa para José Cemí el no conocimiento, la sensación de ente vacuo, hasta llegar a su destino esplendoroso desde/ y por la imagen a través de Oppiano Licario y un conocimiento más terrenal, más pragmático del universo circunstancial que aprehende de sus amigos y de la propia Historia nacional. Tanto en el filme de Tomás Gutiérrez Alea, como en la novela de José Lezama Lima, por solo citar dos ejemplos en medio de una vasta tradición de tránsitos semejantes, existe, pudiéramos decir, una predestinación, en el segundo, y una inalienable causalidad en el primero; sin embargo, en La casa de tu vida, el tránsito no obedece a causalidades, ni destinos predestinados, sino a una suerte de capricho, de empecinamiento, de agónica cristalización de la NADA, por lo que sus personajes intentan dilucidar los porqués, los cómos, los dóndes, y cada pregunta, adquiere un tono ciertamente trágico; cada suceso, un tono a ratos absurdo, sobre todo cuando percibimos que, si en Los sobrevivientes, la Historia castiga a aquellos personajes por aislarse, por su intento de secuestrar la clepsidra y otorgarle al tiempo la sensación de foto fija; en La casa de tu vida, la Historia castiga a estos personajes por persistir, por creer, por buscar una salida, allí donde solo existe un laberinto. En Los sobrevivientes, la Historia los castiga; en Paradiso, la Historia premia a José Cemí; en La casa de tu vida, la Historia los traiciona, los deshereda, los aparta, los minimiza, los ningunea. Y es que las traiciones de la Historia han venido cobrando mayores espacios en la narrativa cubana actual. Sinónimo entonces de desheredad, de abandono, de desamparo, sus personajes asumen el rol de espectadores silenciados, de actores de un reparto demasiado constreñido para ensalzar solo a Héroes selectos.

Jorge Fornet ha dilucidado esta necesidad casi apremiante de la narrativa cubana más reciente, cuando nos dice: «Lo cierto es que aunque los narradores de hoy no pretenden escribir una literatura incendiaria, no se abstienen, en buena parte de los casos, de hacer una literatura “insatisfecha”, lo que significa desmontar, impugnar o eludir el discurso y la agenda de las narraciones del consenso neoliberal. Más allá de obras complacientes, el complot, la paranoia, el desconcierto, la traición, el desencanto, la suplantación y la impostura son obsesiones que permean los relatos de nuestros contemporáneos».2

Lorenzo Lunar, quizás sin proponérselo, ha sustentado buena parte de su narrativa en la decodificación de los vínculos aversivos entre esplendor y ruina, tal como ocurre en su relato «Disles que no me maten», un texto que visibiliza y puntualiza muchos rasgos de su poética, de sus obsesiones, y de ese universo en el cual a él le place hurgar, sin saciarse jamás de los seres que procrea.

En Disles que no me maten, la suplantación de la realidad por otra aún más ralentizada, pero muy propicia al equívoco y a la difuminación de las fronteras de lo real conocido, instaura un proceso absurdo mediante el cual, el intento por socializar la literatura, propicia y enaltece la disolución del yo para, inmediatamente, acatar las leyes y los dictados de la narrativa, como único destino posible. La exploración de esta posibilidad, genera el esplendor colectivo, la exaltación del yo transformado en su máscara; la exaltación del yo, reconfigurado en imagen, y a su vez la ruina de una dinámica que —aunque enaltecida en el pacto de la trascendencia que otorga la posibilidad de sobreexistir en un plano donde se puede enmendar casi cualquier atisbo de cotidianidad, pues esto sugiere la transfiguración de todo espacio vulgar en espacio épico—, pasa de un estado de plenas libertades cotidianas, a ser gobernada, regida y lacerada por un proceso que en mucho rebasa su capacidad de cognición. La posible traición de la historia, esta vez en minúsculas, que consiste en un asesinato, pues la nueva dinámica establece que alguien debe morir, se instaura no como castigo, no como traición en sí misma, sino como pasión que los seduce, que los sujeta a esa refractaria historia paralela. Sencillamente, no se pueden desligar, no quieren apartarse de esta aventura que representa no ser yo, sino ser, alguna vez en la vida, el reverso de una moneda mucho más valiosa que la vida misma.

En El asere ilustrado, Lorenzo explora el esplendor desde la perspectiva de un único personaje: Totico la ciencia, un ser surgido de lo efusivo, un ser entrañable ajeno a toda ruina y a toda traición. Totico es único, en tanto genera una historia que él funda desde su prodigiosa capacidad para reinventar su circunstancia.

De este modo, las interrelaciones que establece Lorenzo van creando, a su vez, relatos y novelas que personifican una muy concreta y plural manera de transfigurar el esplendor en ruina, la ruina en esplendor y donde la Historia —desde diversas gradaciones— actúa como una cámara cuyo obturador sigue siendo muy sensible a las sensaciones y sentimientos más profundos y viscerales de sus personajes; muy sensible a todo aquello que nos transforma el alma para siempre...

 

Geovannys Manso

Santa Clara/ mayo de 2011

1 Mempo Giardinelli, en Escritos, Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, no. 13-14, enero-diciembre de 1996, pp. 261-269.

2 Jorge Fornet: Los nuevos paradigmas, Editorial Letras Cubanas, 2006, p. 53.

Amnios llega a su número 4

En una de esas tardes inimaginablemente hermosas, en San Carlos de la Cabaña, vi pasar frente a mí a Wole Soyinka. Su pelo y su barba blanquísimos, contrastaban con la oscuridad de su piel, mas no con la clarísima transparencia de su obra. Caminaba despacio, sonreía, saludaba, captando a cada paso el interminable ajetreo de cientos de cubanos que de modo impredecible, llenaban jabas y jabas de libros, revistas, artesanías, reproducciones de obras de arte, abarrotando salas de presentaciones, conciertos, conferencias, charlas; o simplemente extasiados ante ese mar tan poco propenso a la quietud.

Si rememoro aquella tarde, es porque el No. 4 de Amnios, inaugura sus páginas con un «Elogio de Wole Soyinka», palabras leídas por Nancy Morejón, el 22 de enero de 2001, a propósito del otorgamiento en la Universidad de La Habana, del título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Filológicas, al Premio Nobel de Literatura. En un texto brevísimo, Nancy Morejón nos devela la esencia yoruba que se explicita en toda la obra de este hombre versátil, que ha sido actor, músico, director de teatro, dramaturgo y que ha cultivado la poesía, la novela, la crítica literaria y el ensayo. Su obra, no solo es fiel a los mitos de su continente, sino que supo comprometerse con los destinos de su pueblo, por lo que en 1967, fue arrestado y mantenido como preso político durante 27 meses. Por eso enmudecemos, cuando Nancy Morejón sentencia: «Wole Soyinka, en todas las circunstancias de su vida —fuera en la oscuridad de una celda o en medio del triunfo más atronador—, ha sabido expresar el sentir de los suyos y esa es la grandeza de su profesión: haber servido a la verdad teniendo como antecedente el haberse resistido a la opresión».

Los cinco poemas de Soyinka amplifican las ideas éticas, estéticas, políticas, culturales, polisémicas que ha defendido a lo largo de su vida. En el último de ellos, descubro el más fiel de los cantos a su patria, el más fiel de los cantos a su origen: «Inventa tu dios y forja su voluntad/ El hogar de la piedad es el alma/ Vengo de la tierra de Ogun donde/ Las mujeres siembran y enseñan y curan/ Moldean y construyen y cultivan/ A horcajadas en la tierra con fuertes muslos/ Se limpian el sudor de las caras francas./¡Vengo de la tierra de Ogun donde/ Las mujeres rechazan el velo, y los hombres/ Y la tierra se alegran!

Ya sabemos que a José Martí lo han asimilado, desde la más oculta verdad de su ser, no solo innumerables contemporáneos que supieron atisbar su grandeza y su ética incorruptible; sino también un muy selecto grupo de almas que han modelado su trascendente legado: Jorge Mañach, Cintio, Fina, Roberto Fernández Retamar, el propio Lezama. A ese selecto grupo de almas, pertenece Yamil Díaz Gómez, quien desde sus Crónicas Martianas, ha persistido en otorgarle a Martí otros rostros, otros cauces, otras selvas. En su texto: «Martí hablaba en parábolas, como Cristo, Diez preguntas sobre José Martí, el poeta», Yamil construye una «entrevista» posible, «una trampa inocente en el eterno diálogo entre la Patria y el mayor de sus poetas», la llama él, pues algunos de sus entrevistados resultan ser Ernesto Mercado, Fermín Valdés Domínguez, Justo de Lara, Domingo Estrada, Manuel de la Cruz, José María Vargas Vila, Diego Vicente Tejera, Amado Nervo, Enrique Loynaz del Castillo, Rubén Darío, Agustín Acosta, Max Enríquez Ureña y Roberto Fernández Retamar. Yamil tensa una cuerda que va desde los contemporáneos de Martí, hasta nuestra propia contemporaneidad, al reutilizar textos hábilmente tomados de fuentes anteriores, con tal sutileza, con tal maestría, con tal osadía que nos parece que siempre estuvieron allí, que son, fueron, serán, las respuestas impostergables que pudo captar Yamil Díaz, en su peregrinaje por sitios donde Martí ha dejado una huella inmarcesible. Las preguntas de cómo escribía, qué leía, cómo era su despacho, qué sucedió en su encuentro con Rubén Darío y otras hasta completar el número de diez, focalizan a un Martí intimísimo, dueño de sobrenombres como «el doctor torrente», o «el suspirón». Pero si algo nos conmueve es la unánime certeza de la eficacia de sus discursos: hombre inspirado, incesante, capaz de convertirlo todo en grandeza.

Sus poemas esenciales «Dos patrias» y «Amor de ciudad grande», así como sus «Notas sobre poesía», integran un brevísimo dosier que rinden culto y reverencia a este hombre que supo decir alguna vez: «Los poetas no debemos estar entre los devoradores sino entre los devorados.

Quizás no resulte del todo casual que estemos hoy conversando sobre José Martí, el mismo día que conoció dos grandes horrores: los grilletes y la piedra reverberante.

No puedo sustraerme a dar un salto hasta la página 142 de este número para acercarme a un ensayo de Carlos Fajardo Fajardo, poeta y ensayista colombiano, pues «La virtualización social del poeta (La poesía en tiempos de exclusión)», opera en nuestras conciencias un verdadero alud de ideas. Tal y como me sucedió con el ensayo de Donald Hall del primer número de Amnios, que me mantuvo insomne más de una semana, palpamos la certeza de que estamos ante un texto exclusivamente veraz, dinámico, que sustenta ideas que nos competen a todos, que nos afectan a todos, que nos definen a todos. Al partir de cuatro preguntas esenciales: ¿Qué pasa con las representaciones de la poesía y con los poetas en la sociedad estetizada y global? ¿Cuáles son las actuales formas de receptividad de la poesía? ¿Le pasa a la poesía lo que aconteció con la música clásica, es decir, estamos ente el fin de sus rituales como práctica cotidiana? ¿Está siendo desterritorializada la poesía por la sociedad mediática?, va proponiendo un destino posible para el poeta de estos tiempos. «Algo se ha roto aquí», sentencia su autor con un dejo de impotencia. Luego agrega que hemos perdido la idea del tiempo histórico, que vivimos inmersos en el inmediatismo y la instantaneidad. Nos dice que el poeta, por su actitud de no conciliar con las fascinantes golosinas del éxito y la fama, es el antípoda de los mercaderes y propietarios de los gustos artísticos. En cada uno de los subcapítulos que conforman este ensayo, Fajardo desarrolla algunos tópicos y obsesiones muy puntuales. En «Nuevas preguntas, otras fronteras» nos revela la relación de distanciamiento entre poeta-poesía-sociedad globalizada y virtual. En «La poesía como caballo de Troya», lo es el protagonismo que debe jugar la poesía y el poeta en nuestra sociedad. Aquí revela: «Sabemos que esta fórmula de silenciar voces audaces y críticas no es nada nueva. La poesía ha vivido en los extramuros; se ha mantenido con su cuerpo en llamas bajo la intemperie». En «¿Poetas en tiempos terribles?» Fajardo explora la sensación de inutilidad de la actividad poética, el pesimismo que a ratos asalta, enquista, oprime al poeta, para luego sentenciar: «El poder siembra la sensación de la derrota y del fracaso del arte; se encarga de crear un ambiente donde no se le da ninguna importancia a la crítica vital del poeta».

Lo cierto es que cuando nuestra mirada se proyecta sobre el final de este texto, nos queda la sensación, la necesidad de revelarnos, de convertir tanta ironía mediatizada y falaz en pensamiento eficaz, sobre todo en estos tiempos, donde todo atisbo de pensamiento parece ser silenciado de antemano, no por el Poder, sino por aquellos receptores para los cuales PENSAR, en mayúsculas, les causa un dolor intensísimo, unas náuseas escalofriantes, unos temblores implacables.

La extrema singularidad de dos poetas chilenos es entrevista por Ernesto Sierra y Jorge Boccanera. Ernesto se acerca a la figura del poeta mapuche Elicura Chihuailaf a través de dos de sus libros: Recado confidencial a los chilenos y De sueños azules y contraseñas, publicados en Santiago de Chile en la década de los 90. Es un poeta que revela el mundo originario de la tierra chilena. Ernesto nos advierte que el valor fundamental de su discurso radica en defender sus ideas asumiendo la tradición y la contemporaneidad. Y concluye: Es hoy uno de los mejores poetas de América y quizás, como nadie, sea él quien haya lanzado el mensaje más completo para hacer de Chile un solo pueblo, reconocido y aceptado en su diversidad.

Textos como este, acercamientos a poetas tan desconocidos y distantes de nosotros, pero inmersos en conflictos similares, en luchas similares, evidencia el anhelo de Amnios por recrear un canon mucho más plural, por crear un manto de confidencia, por legitimar esas voces silenciadas entre nosotros, por aportar una nueva poética, una nueva escuela, un nuevo altar.

Jorge Boccanera, sin embargo, en «Pablo de Rokha. Juntos contra todo» se acerca al amor magnificado entre Pablo de Rokha y Winétt de Rokha. Perteneciente a un libro publicado por la editorial Arte y Literatura en 2002: La pasión de los poetas. La historia detrás de los poemas de amor, estas páginas nos conmueven al adentrarnos en la vida atormentada y apasionada de estos dos seres, que compartían el amor por la poesía y la pasión política. Es evidente, tras leer cada párrafo, que semejantes avatares y conflictos generarían la más contundente de las novelas, pues todo resulta novelable en esta historia. Muerte y desolación son los últimos aliados de Pablo de Rokha, por eso no dudó, un día de septiembre de 1968, detener el alud de la pena con el balazo de una Smith & Wesson calibre 44.

Recordemos que también José María Arguedas, Hemingway y Raúl Hernández Novás, escogieron la bala para eternizar sus días entre nosotros.

Otro escritor latinoamericano, esta vez panameño, nos devela Carlos Bernal. El cristal entre la luz de Manuel Orestes Nieto. Su énfasis filosófico, lo lírico y lo civil, individuo y mundo, creación y realidad, goce y compromiso, resultan obsesiones que van conformando su poética. Debemos advertir que El cristal entre la luz, Premio Honorífico Casa de las Américas José Lezama Lima, compila la totalidad de los libros publicados por este poeta, así se torna summa, ciclo que se cierra, ventana que se abre a nuevos horizontes. Y añade Bernal: «Por ello la dramática historia del pueblo por recuperar el Canal de Panamá; la invasión gringa, los temas históricos desde que Rodrigo de Bastidas pisara sus costas, son aquí motivos poéticos...»

En la conversación que sostiene Virgilio López Lemus con el poeta Justo Jorge Padrón, canario de origen, pero multinacional en su proyección, hombre que ha recibido honores inimaginables, que nos podrían hacer enmudecer, se evidencia la incesante vitalidad de este hombre que se encuentra inmerso en una epopeya en varios tomos sobre el nacimiento cultural y desarrollo histórico de la isla canarias. Justo Jorge Padrón discurre en torno a la pasión por la poesía, definiéndola como «mi destino irremplazable», al ser cuestionado que por qué escribe, confiesa que «aunque viviese en una isla desierta donde no pudiera mostrar mi trabajo a nadie, seguiría escribiendo con el mayor rigor, esfuerzo y entusiasmo». Discurre, además, sobre la presumible trascendencia de sus innumerables reconocimientos, aquellas lecturas poéticas que han conformado su ser como poeta, para desembocar en su conocimiento amor y nostalgia por Cuba. Mencionando a Guillén, a Florit, a Baquero, a Diego, a Cintio, a Jesús Orta Ruiz, a Fina a Carilda y a muchos otros. Las revelaciones de Justo Jorge Padrón contienen esa épica que siempre significa la escritura, quizás por ello, sentencia: «El simple hecho de escribir es mi premio y mi destino». Tres poemas inéditos intensifican la presencia del poeta entre nosotros donde descubrimos una ambivalente relación entre utopía y resignación, cuando nos dice: Solo los sueños quedan en la insignificancia de nuestro propio ser frente al abismo insomne del enigma de Dios».

Jorge Ángel Hernández Pérez instaura en «Memoria posible de la décima, en la poética de Ricardo Riverón», una mirada detallista, celosa, reveladora, cuando nos entrega sus juicios en torno a un libro de este autor: Memoria de lo posible, publicado en el 2004, que contiene 126 décimas publicadas por él en sus libros anteriores. Jorge Ángel enhebra un discurso donde no le son ajenos los distintos grados de intertextualidad y otras ganancias, como tampoco dialoga de manera pasiva, sino que ostenta la capacidad de advertir al lector aquellos momentos donde el valor literario y estético decae, fluctúa, tiembla. Es un texto que nos imanta por su extremo rigor, por no resultar acomodaticio, avasalladoramente exaltado. La mesura y el distanciamiento, el velado cinismo y su congruente evolución nos revelan muchas verdades de este libro, de este autor, que ha sabido fundar tantos sueños y tantas aventuras junto a nosotros.

Pablo, Lina, Carlos, Sigfredo, Manuel, Luis, Ramón. Algunos de estos nombres me remiten al intensísimo poema de Damaris Calderón «Mi Dios qué bellos éramos» Y me alegra verlos confluir, al margen de todo recelo, al margen de todo laberinto. Solo la poesía los ampara, los alimenta, los nutre. Pablo Armando diciendo «el Antes resucita», Lina de Feria nos confiesa: «Soy feliz. Soy acuosa. El recuerdo es un monte donde poder morirse». Carlos Augusto Alfonso que grita: «Impuro se renace». Sigfredo Ariel nos traduce su recelo: «aunque aparezcan caminos y circunvalaciones para escapar, no escapas, a dónde vas a ir».

Manuel García Verdecia, repitiendo una y otra vez, hasta ensordecernos: «Yo te amaría Clara». Y Luis Lorente, jactándose: «Mira qué bien estamos y qué bonitos somos todavía». Y Ramón Fernández Larrea, entre Ochosi, algunos relámpagos de agosto, álbumes familiares y orificios de bala. Todas las generaciones y ninguna. Intensa muestra de aquello que hemos fundado y aun fundamos. Continuidad. Dinamismo. Voces encontradas. Estilos que parecen agredirse, pero no.

Y luego un nuevo grupo de poetas. Janet McAdams, escritora de ascendencia creek y escocesa, quien mitologiza al búfalo y narra la crudeza de los viajes polares. Han Yan, poeta china, con sus reminiscencias a Marina Tsvetáyeva, a Mandelstam. Jean Joseph Rabearivelo, uno de los más grandes autores de la literatura africana de expresión francesa, considerado el padre de la literatura malgache contemporánea. Y Robert Frost, traducido por el poeta Edelmis Anoceto, quien ha demostrado una muy particular cercanía con su poética y sus universos.

Galería aleatoria, agradecible, que nos propone un nuevo mapa, una nueva frontera, que nos hace apetecer otros libros, todos los libros publicados por estos autores. Tanto es nuestro desconocimiento que estos breves pero eficaces panoramas de poetas de las más extrañas latitudes, corroboran la vastedad de una poesía que a cada tanto, reformula nuestros conceptos y nuestras alianzas.

No solo aparecen varios poemas de Sigfredo Ariel. Sigfredo se torna artista iluminado e ilustra este número, pleno de ambientes oníricos, surreales, donde convergen constelaciones de símbolos, alusiones. Curiosamente, muchos de los personajes que dibuja Sigfredo, son seres alados. Ya sabemos que nada propende más al mito de la libertad que un par de alas. Creo que ese es el último y principal sustento de este número: La poesía es libertad. Fe de ello, la encontramos, abundantemente, en cada palabra que fue depositada aquí: con cuidado, con veneración, como si ellas encubaran los rasgos más fieles de ese futuro que muy pocos logramos traducir.

 

Geovannys Manso

Santa Clara, octubre 21 de 2011

 

Breves notas en torno a la crítica y los críticos (literarios) en Cuba

Breves notas en torno a la crítica y los críticos (literarios) en Cuba

 

Geovannys Manso

 

—1—

El 30 de diciembre de 1936, Dulce María Loynaz le escribía a Emilio Ballagas —tras leer «Elegía sin nombre»—:

«Me gusta quizás el espíritu misterioso del poema, el que anima en él las olas y pasa vagamente como un pez por debajo de él mismo. Eso me gusta». (1)

«Elegía sin nombre», octavo poema de Sabor eterno, no se publicaría (al menos como parte de un libro) hasta 1939.

Lo sutil de la referencia estriba en el hecho de que la elegía de Ballagas acababa de escribirse, era aun —tal vez— un último poema, el hijo más inmediato del libro en ejecución, y Dulce María Loynaz se adentraba en un ejercicio crítico que destacaba sus aciertos, pero que también recriminaba su «deliberada intención de ser obscuro, que entraña —como decía un sutil crítico francés hablando del simbolismo—, una de las más singulares formas de insociabilidad humana».(2)

Ese ánimo por sistematizar la opinión en torno a los procesos poéticos, inmediatos o no, resulta quizás la vía más plausible para determinar el verdadero peso de nuestra tradición.

—2—

Ahora mismo, de algún extraño modo, esos procesos se han difuminado —al menos en lo que a POESÍA se refiere— otorgándonos un vacío cuasi crepuscular, tan obscuro como esa deliberada intención que Dulce María Loynaz le increpaba a Ballagas.

Hoy, nos corroe la azarosa visión de críticos y ensayistas aislados que, o se encargan de estudiar a figuras y poéticas de probada asimilación entre nosotros, o prefieren admitir —sin reticencias— la escasa legitimidad del discurso que detentan los poetas más jóvenes de la isla.

Mientras las artes plásticas, el teatro, la danza, el cine y la narrativa cubanos van permeándose de un inteligente acercamiento casi constante que no evade lo más reciente de su producción, la ensayística y aún la crítica en torno a ciertas zonas de nuestra poesía parece evadir todo análisis que legitime el «peso» o la «ingravidez» de libros y autores que ahora mismo escapan a cualquier «generación» o «grupo» definido.

—3—

Para adscribirnos solo al plano literario, se puede advertir en libros de reciente aparición en editoriales cubanas el intento por mostrar y estudiar poéticas, líneas temáticas, zonas de novedosa reapropiación o ruptura con valores preestablecidos de nuestra tradición narrativa. Tales son los casos      —por solo mencionar algunos— de Brevísimas demencias, de Amir Valle; Síntomas ensayos críticos; Presunciones y La mirada crítica, de Alberto Garrandés y Los nuevos paradigmas, de Jorge Fornet. Todos ellos y algunos otros que obvio para no hacer demasiado extensa la lista, estudian, sistematizan, decodifican y trazan —con menor o mayor intensidad—, verdaderas cartografías que insertan la producción cuentística y novelística de autores nacidos con posterioridad a los años 60 y 70, en el vórtice de una discusión que no cesa, que parece completarse y profundizarse con esas voces emergentes, que para Amir Valle, para Garrandés y para Jorge Fornet remueven todo vestigio de inmovilismo en nuestras letras.

 

—4—

¿Qué sucede entonces con los poetas cubanos? ¿Existe una generación, una promoción de narradores de los 90, pero no una de poetas? ¿Existe una ruptura, una renovación, un corpus atendible, estudiable, decodificable entre los narradores cubanos, pero no entre los poetas?

¿Es que acaso la poesía cubana en los últimos quince años no ha dado suficientes muestras de profundidad proclives al estudio certero, al análisis puntual, al (o a los) ensayo(s) que testifique(n) su acendrada pertenencia y/o contribución a los destinos poéticos de la isla?

Algunos críticos han aducido que tras la entrada en Cuba de la tecnología Riso, la multiplicidad de editoriales, concursos y encuentros, se ha desdibujado o contaminado toda posibilidad de exégesis objetiva, que en medio de tanta poesía difusa, encontrar la raíz, el magma de su esencia, es casi tarea para héroes.

Si aún en la década de los 90, los poetas de la generación de los 80 —por obra y (des)gracia de la casi imposibilidad para publicar sus libros— no mostraban una obra que posibilitara un acercamiento a sus incipientes poéticas, otro es el panorama que hoy se vislumbra cuando buena parte de los poetas que le han sucedido han ido edificando, sin mayores retrasos, o tal vez con demasiada prontitud, una visión que se concentra y contrae en torno a problemáticas y vicisitudes muy al centro (o al margen) de nuestra cotidianidad.

Lo cierto es que ni siquiera la llamada generación de los 80 ha sido revisitada con objetividad plausible, aunque es innegable que existe un consenso general que delimitó —a tiempo— sus ánimos de ruptura y apropiación de tópicos no presentes en la generación que les antecedió.

 

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Lo que sí ha faltado, y sigue faltando, es ese límite preciso que defina y concerte la preeminencia de poéticas que aún, en medio de un corro grupal, se distancien entre sí, y redunden en paralelismos o confluencias que siempre han estado presentes en nuestra poesía.

¿Cuándo nos adentraremos en los rasgos y laberintos que conforman el universo poético de Damaris Calderón, Teresa Melo, Nelson Simón, Sigfredo Ariel, Arístides Vega Chapú, Antonio José Ponte, Reinaldo García Blanco, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Ricardo Alberto Pérez, Alberto Sicilia, Rigoberto Rodríguez Entenza, Pedro Llanes, Alejandro González, Frank Abel Dopico, Edel Morales, Emilio García Montiel y otros que han ido conformando, libro tras libro, un clarísimo vestigio de singularidad, de asedio e (i)rreverencia a todo aquello que les ha antecedido?

¿Y si esto ha sucedido con autores de inevitable referencia en el panorama literario actual de la isla, cuánto entonces nos han motivado (ya sea desde una perspectiva aglutinadora o de renuencia, de asimilación o abyecta negación) libros como El peso de la isla, Diario del ángel, El vino del error, Duro de roer, Últimas revelaciones en las postales del viajero, Los peces & la vida tropical, País de hojaldre, Cuasi, La sucesión, El camión verde, El correo de la noche, Todas las jaurías del rey; cuánto de ellos ha sido digerido o desechado por poetas aún más jóvenes como Israel Domínguez, Luis Felipe Rojas, Luis Yuseff, Leymen Pérez, Edelmis Anoceto, Eduard Encina, Maylén Domínguez, Ian Rodríguez, Teresita Fornaris, José Ramón Sánchez, Francis Sánchez, René Coyra, Lisy García, Arlén Regueiro, Marilyn Roque, Isván Álvarez, Leonardo Sarría; un grupo donde podemos advertir una nueva intuición cognitiva de la realidad que los circunda?

 

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Resulta sintomático que la mayor parte de las antologías aparecidas en Cuba en los últimos años evadan en sus prólogos o presentaciones casi todo análisis puntual, objetivo y de referencia connotativa y denotativa de los antologados. Prefieren, en suma, mostrar, y que cada quien, a su modo, a su cuenta y riesgo, redunde en análisis o aporías (im)precisos.

En Cuerpo sobre cuerpo, sus antologadores nos aclaran: «Acaso alguien reclame aquí un pormenorizado análisis de los textos presentados. No es la intención que anima estas páginas. No lo creemos necesario».(3)

Igual sucedió años atrás con la aparición de Retrato de grupo, donde Víctor Fowler y Antonio José Ponte nos advertían: «Este Retrato de grupo pudo haber incluido una valoración exhaustiva, hasta donde es esto posible en poetas que no sobrepasan la edad de treinta años, acerca de tendencias, motivaciones y jerarquías. El pudor nos lo ha impedido... (...) Es esta una realidad que el tiempo y nuestra severidad hará variar».(4)

Algo similar ocurrió luego con casi todas —por no decir todas— las antologías que les han sucedido, salvo algunas excepciones como De transparencia en transparencia, de 1993.

 

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Tal vez sea cierto, a fin de cuentas, que una antología, una recopilación, un muestrario, no es el sitio adecuado para definir fronteras, para poner los puntos sobre las íes en nuestra poesía.

El problema, creo, está más al fondo, más al centro de una impasibilidad que nos rebasa en hechos, en silencios mezquinos, en tardías y poco elocuentes enfrentamientos a un corpus poético que a nuestro juicio, sugiere y anticipa una verdadera vuelta de tuerca en nuestro difuminado pero sustancioso acontecer.

Tal vez posponer resulte a la postre el sino de nuestra generación.

Tal vez el no enfatizar, el dejar pasar de largo, el no elucidar, la arritmia, la desidia abúlica, termine por imponer sus redes sobre nosotros.

Tal vez, como bien nos aclara Ihab Hassan «todas las evasiones de nuestro conocimiento y nuestras acciones medran en la ausencia de creencias consensuales, una ausencia que también les imparte energía a nuestras disposiciones de ánimo, a nuestras voluntades».(5)

Tal vez, como la cutara de la emblemática canción infantil, nuestra poesía más actual deba permanecer perdida, oculta, y erigir, desde la sombra, los vastos confines de su luz más plena.

 

Notas:

 

1-Dulce María Loynaz: Cartas a Chacón. Cartas a Ballagas, Instituto de Literatura y Lingüística y Ediciones Extramuros, 1996, p. 34.

2- Ob. Cit., p. 33.

3- Cuerpo sobre cuerpo, Editorial Cubaliteraria, 2001, p. 6. Antología que reunió a 29 poetas cubanos nacidos con posterioridad a 1970.

4- Retrato de grupo, Editorial Letras Cubanas, 1989, p.6.

5- Ihab Hassan: «El pluralismo en una perspectiva postmoderna», en El postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios, Colección Criterios, La Habana, 2007, p. 42.